La semana que pasó, la Sra. Presidenta de
Argentina, hablando por
cadena nacional, contó su sorpresa al enterarse que Domingo Faustino
Sarmiento, durante su presidencia en el siglo 19, había clausurado dos diarios.
Estas palabras proponen revisar un viejo debate vinculado con la prensa, la
crítica política, y la intolerancia de los gobernantes a esa crítica.
En primer lugar, la historia universal muestra
casos en los que la crítica política efectuada por la prensa ha contribuido al
desarrollo de la democracia. Y de allí su importancia. A Thomas Jefferson se le atribuye la siguiente frase,
pronunciada en 1787, años antes de que asumiera el cargo como presidente de los
Estados Unidos: “Puesto que la base de
nuestro gobierno es la opinión del pueblo, el primer objetivo debería ser
conservar ese derecho; y si a mí me correspondiese decidir entre un gobierno
sin periódicos, o periódicos sin un gobierno, no titubearía ni un sólo momento
en preferir esto último”.
Sin embargo, y a pesar de lo
seductor de estas palabras para cualquier periodista, en honor a la verdad, hay
que decir que Jefferson, años
después y al verse acosado por la prensa federalista cuando ya era presidente,
escribió: “Tan abandonadas se encuentran
las imprentas conservadoras que… incluso las personas menos informadas han
aprendido que no deben creer nada de lo que publica un periódico. Es una
situación peligrosa y, de ser posible, debería devolverse su credibilidad a la
prensa. Las restricciones proporcionadas por las leyes de los estados son
suficientes para hacerlo, si se aplican. Y por consiguiente he meditado
largamente en que unos cuantos procesos a los ofensores más prominentes, tendrían
efecto saludable para restaurar la integridad de la prensa”.
El cambio de discurso entre
antes y después de asumir la presidencia, podría también haber causado la misma
sorpresa en la Sra. Presidenta.
Volvamos a Sarmiento. En
nuestro país, el 6 de febrero de 1860, la Convención de la provincia de Buenos
Aires designó a Vélez Sarsfield, Barros, Pazos, Mitre, Sarmiento, Marmol,
Dominguez y Obligado, como integrantes de una Comisión Examinadora del texto
constitucional de 1853. Dalmacio Vélez Sarsfield, como miembro de la Comisión
expuso en la sesión del 1º de mayo de 1860, ante la Convención las razones para
incorporar a la Constitución Nacional el actual art. 32. Entre otras cosas,
dijo: “Cuando un pueblo elige sus
representantes no se esclaviza a ellos, no pierde el derecho de pensar o de
hablar sobre sus actos; esto sería hacerlos irresponsables. Él puede conservar
y conviene que conserve el derecho de examen y de crítica, para hacer efectivas
esas medidas respecto de sus representantes y de todos los que administran sus
intereses. Dejemos pues, pensar y hablar al pueblo y no se le esclavice en sus
medios de hacerlo. El pueblo necesita conocer toda la administración,
observarla y aun diré, dirigirla en el momento que se separe de sus deberes, o
para indicarle las reformas o los medios de adelanto, como sucede todos los
días. Hoy es sabido en el mundo, que los mayores adelantamientos materiales y
morales de los pueblos, son debidos a la prensa, al pensamiento de los hombres
que no están empleados en la administración. Nosotros mismos somos testigos de
esto. La prensa ha indicado mil veces y aun ha exigido las mayores reformas en
la administración y ha propuesto y ha disentido las leyes más importantes. Sobre
todo sin la absoluta libertad de imprenta, no se puede crear hoy el gran poder
que gobierna a los pueblos y dirige a los gobernantes: la opinión pública. Sólo
la libre discusión por la prensa puede hacer formar el juicio sobre la
administración o sobre los hechos políticos que deban influir en la suerte de
un país. Sólo también por medio de la libertad de imprenta, puede el pueblo
comprender la marcha de la administración. No basta que un gobierno dé cuenta
al pueblo de sus actos; sólo por medio de la más absoluta libertad de imprenta,
puede conocerse la verdad e importancia de ellos y determinarse el mérito o la
responsabilidad de los poderes públicos. El pueblo entonces, con pleno
conocimiento de la administración crea, como siempre sucede, un medio de
adelantamiento o el medio de evitarse un mal.”
Si bien quien habló fue Velez
Sarsfield, Sarmiento integraba la misma comisión a la que Velez representaba.
Sin embargo, la idea de una absoluta libertad de imprenta parece haber desaparecido
en Sarmiento cuando fue presidente. Tal vez este cambio, al igual que el que
había experimentado Jefferson, es el que causó la sorpresa explicada en cadena.
La historia nos muestra que no debemos
sorprendernos sino estar alertas y abogar para que este tipo de actitudes
intolerantes no ocurra. En un estado democrático resulta clave la tolerancia a
la crítica por medio de la prensa. Por otro lado, es frecuente que los
gobernantes perciban esas críticas como una amenaza. Este conflicto provoca una
de las tensiones más comunes de la vida política, y, dependiendo de cómo se resuelva,
se traza el límite detrás del cual comienza el autoritarismo. Sin duda, al
cerrar diarios, Sarmiento cruzó esos límites.
Para concluir,
vamos ahora a nuestros días y a nuestro país. Al enviar al Congreso la reforma
despenalizando delitos de calumnias e injurias, la Sra. Presidenta explicó que
“aún a costa muchas veces de soportar cuestiones que tienen que ver con
mentiras o que no son ciertas, yo prefiero mil millones de mentiras antes que
cerrar la boca o ser la responsable de haber cerrado la boca de alguien. Esta
es la verdadera forma en que entiendo la libertad, los derechos humanos y la
participación democrática.” Ante semejante manifestación prefiero ser optimista
y creer que no habrá motivos para que nadie se sorprenda en el futuro.