Mis cursos
sobre libertad de expresión han tenido siempre una lectura obligada: Areopagítica, escrito en 1644 por John Milton. Cuando
discutimos el texto, un pasaje que resalto está vinculado al relato que hace
Milton de su encuentro con Galileo. Siempre digo a quienes atienden las clases
que no puedo afirmar que ese encuentro existió, pero que el hecho de que Milton
lo relate contribuye a reforzar su argumento: la censura es asunto de la
Inquisición, y las licencias que
se proponían en Inglaterra acercaban a su país con las prácticas de una religión
-la católica- con la que estaban en desacuerdo. Esta semana estoy en Florencia invitado a participar en una reunión
organizada por el Internet &
Jurisdiction Project y por el Robert F. Kennedy Human Rights. En esta ciudad me topé con Milton y con Galileo, y aunque lo intenté,
no pude confirmar su encuentro.
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Sepulcro de Galileo Galilei |
En esta
"ciudad-museo" se encuentra, entre la de muchos otros personajes célebres-Miguel
Ángel, Maquiavelo y un larguísimo etc- la tumba de Galileo.
Cuando estoy de
viaje, no soy afecto a visitar tumbas, aunque sí museos que me interesan. Por
eso fui al Museo Galileo Galilei (nota aparte: quienes hayan tenido inclinación
alguna vez por las matemáticas, la física o la astronomía, como me pasó en
tiempos de mis estudios secundarios, deben visitarlo si andan por esta maravillosa
ciudad de la Toscana). De pronto me encuentro con un cuadro que reflejaba el
encuentro entre Galileo y Milton. Me dije entonces: ¡Lo encontré! ¡El encuentro
existió!
Emocionado, me
dirigí a la biblioteca y a la librería del museo para saber más. Con las
sensación de volver al comienzo, es decir, no saber la verdad, varios libros
explicaban que de ese encuentro no hay testimonios ni testigos, sólo lo que
Milton escribió en Areopagítica. Allí
dice:
Fue ahí que encontré y visité al famoso Galileo, ya envejecido
y prisionero de la Inquisición por pensar, en cuanto a astronomía,
contrariamente a lo que los licenciadores franciscanos y dominicos pensaban. Y
aunque sabía yo que Inglaterra en ese entonces aullaba fuerte bajo el yugo de
los prelados, tomé esto,
no obstante, por promesa de felicidad futura: que
otras naciones así persuadidas estuvieren de nuestra libertad.
Quien no ha leído
a Milton y mucho menos Areopagítica
no tiene por qué saber la importancia de este fragmento. Si usted, lector, está
intrigado, puede leer lo que sigue -salvo que haya leído mi libro Libertad de
Expresión en el Estado de Derecho, donde cuento la misma historia. Caso
contrario gracias por atender un rato otra de mis obsesiones habiendo llegado con
su lectura hasta aquí.
John Milton,
sin ser un defensor absoluto de la libertad de expresión, nos presenta en Areopagítica una exaltada defensa a la
libertad de publicar sin censura previa. Cuando escribe, los acontecimientos
políticos en Inglaterra eran bastante complicados. Razones de emergencia económica
hicieron que en 1640 el rey Charles I se viera obligado a convocar al “Gran
Parlamento”. Una de las primeras medidas que tomó este cuerpo fue la abolición
de la Corte de la Star Chamber, que había servido como principal foro de censura
para acallar a todos los enemigos políticos y religiosos. La abolición de la
Star Chamber, en la práctica significó la culminación del sistema de
otorgamiento de licencias previas a las publicaciones que se venían sufriendo
en Inglaterra desde comienzos del Siglo XV.
A partir del
levantamiento de las restricciones, comenzó a florecer una impresionante
cantidad de panfletos relacionados con distintos temas; a modo de ejemplo,
algunos autores citan que durante 1640 se habían publicado 22 mientras que en
1642 el número ascendió a 19667. Por motivos que serían largos de enumerar aquí,
en junio de 1643, se restauró el sistema de control por parte del gobierno de
todo lo que se publicaría. La nueva técnica consistía en otorgar un pequeño número
de permisos a unas pocas compañías que eran las únicas autorizadas a imprimir.
Se configuraba así un sistema que conformaba tanto a los intereses económicos,
porque monopolizaban el uso de la imprenta, como a los intereses religiosos y
políticos, porque la licencia no se le otorgaba a cualquiera.
Milton no había
prestado demasiada atención a estos acontecimientos; en verdad su preocupación
era la propia de un poeta. Pero existió un hecho estrictamente personal que
marcó el nacimiento de Areopagítica: en el año 1642 se casó con una mujer mucho
menor que él que había conocido en Oxford. Mary Powell (ése era el nombre de la
esposa) estaba acostumbrada a un tipo de vida muy distinta a la de un poeta, y
cuentan las crónicas que poco tenían en común. La separación no tardó en llegar
y Mary volvió a Oxford con sus padres.
Esto fue
realmente trágico para un idealista y devoto religioso como Milton, sobre todo
teniendo presente que una de las tensiones principales del puritanismo veía al
amor matrimonial como una manifestación del amor de Dios. Fue así que escribió
su obra relacionada con la justificación del divorcio. Aparentemente, esta obra
tuvo problemas para obtener la licencia de publicación, y, el enfrentarse a la
censura, fue lo que provocó que Milton escribiera Areopagítica, como un frontal y abierto ataque contra ella.
De manera
irrespetuosamente resumida, puedo decir que tres ideas se desprenden de Areopagítica: la primera es que la
verdad siempre es fuerte y por ello no necesita al censor; la segunda, que el
esfuerzo por la búsqueda de la verdad resulta prioritario, y la tercera, que
exponerse a lo falso resulta beneficioso porque permite revelar lo verdadero.
Sin duda que estos son argumentos válidos también en nuestra época.
Pero Milton
aporta más razones para desprestigiar la censura: una de ellas consistía en
relacionarla con la Inquisición de la iglesia católica, que, por razones
religiosas en la Inglaterra de ese momento, era una de las peores comparaciones
que se podían establecer. Y es por ello que, entre otras cosas, introduce el
pasaje del encuentro con Galileo que motiva esta nota. El párrafo anterior al
citado arriba dice:
Y para evitar que alguien os persuada, lores y
comunes, de que estos argumentos sobre la desazón de doctos varones ante éste
vuestro Mandato son meros floreos carentes de verdad, podría yo hacer recuento
de lo que he visto y oído en otros países, donde esta suerte de inquisición
tiraniza, porque me he sentado con
sus sabios varones —y tal honor ya tuve— y me he considerado feliz de haber
nacido en lugar de semejante libertad filosófica, como supusieron era
Inglaterra, mientras ellos no hacían otra cosa que quejarse del servil estado
en que el saber había caído entre ellos; y era esto lo que había sofocado la
gloria de los ingenios italianos, de modo que nada había sido escrito allí en
todos estos años sino lisonja y rimbombancia.
Y agrega la crónica
del encuentro:
Fue ahí que encontré y visité al famoso Galileo, ya
envejecido y prisionero de la Inquisición por pensar, en cuanto a astronomía,
contrariamente a lo que los licenciadores franciscanos y dominicos pensaban. Y
aunque sabía yo que Inglaterra en ese entonces aullaba fuerte bajo el yugo de
los prelados, tomé esto,
no obstante, por promesa de felicidad futura: que
otras naciones así persuadidas estuvieren de nuestra libertad.
Nunca sabremos a
ciencia cierta si el encuentro existió o fue sólo un recurso que utilizó Milton
para reforzar sus argumentos. Mi circunstancial paso por la Toscana no me
permitió develar el misterio.